(…) Los escritores trabajamos con la ilusión de inventar una lengua propia. Por supuesto que es una ilusión imposible, pero siempre está la ilusión de dejar una marca. La lengua tiene una virtud: sabemos que no hay propiedad privada en el lenguaje. Vivimos en una sociedad en la que todo está marcado por la propiedad privada, pero el lenguaje es de todos. Uno lo usa y luego lo deja seguir. Pero pareciera que, por momentos, los escritores tendemos a dejar alguna marca que permita pensar que hemos conseguido hacer de esa lengua una lengua propia. Para poner un caso que siempre sirve de ejemplo, Borges tenía palabras que parecían ser de él: uno no podía decir laberintos, no podía decir que alguien había fatigado los desiertos, uno ya no podía decir que conjetura algo. Hay que esperar una generación o dos para que alguien pueda empezar a decir de nuevo que conjetura; parece que esa palabra fuera efectivamente de Borges. (…)
Ricardo Piglia en eterna cadencia (fragmento)
Imagen: SHAUN FERGUSON
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