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3 de abril de 2013

EL JUEGO, por Patricia A. Suárez, “Hacer que lo extraordinario ocurra”

Dos niños corren como una explosión en el aire, se agitan, la sangre circula con más ímpetu, el calor los inunda y las tensiones internas ceden en una catártica manifestación. Luego, cansancio y placer, los hace reír con ganas. En ese momento, elevan sus miradas y sienten que la vida los alcanzó con plenitud.

Llega el adolescente a la playa y bromea con su grupo. La acción –como en el niño- está integrada por manoteos, jirones, empujones. El contacto físico es esencial porque define los propios alcances y que el otro está allí, como sustento de vida, como reflejo de las acciones. En este despliegue, el esparcimiento espontáneo, creativo, fluye como exaltación. Nadie está ignorado. De pronto, el joven se detiene y divisa a alguien que lo moviliza y va definiendo, sin darse cuenta, otras actitudes y acciones en un plan de conquista.

Casi instantáneamente plantea estrategias que divierte a la chica y él, en medio, de estas maniobras, juega sin pensarlo. ¡Claro! Su vida es así: un juego que le demuestra que vive aquí y ahora.

Se ríen, se tocan desde un contacto tenue hasta el mayor apasionamiento, responde el esquema vital a la acción de sentir placer y seguir jugando.

El hombre, ya adulto, en medio de sus responsabilidades, la austera seriedad con que debe afrontar sus obligaciones, el ejemplo que debe ofrecer como modelo de vida, los límites que señala a quien depende de él y que evidencian sus propios límites, sólo confirman lo alejado que está del juego, del placer y de la vida misma. ¡Cómo desvirtuó su naturaleza! ¡Qué alejado está del niño que sigue dentro de él y que, por temor a no cumplir con los roles que la sociedad le impone, se ve forzado a responder! ¡Cómo quisiera sentir la libertad de correr, de reír, de abrazarse a sus sueños! Ese mismo adulto que aprovecha la ocasión, al tener un hijo, para sentirse libre de volver a jugar como una deuda que tenía contraída, y que le dejó una marca indeleble en su sentimiento.

El anciano camina lentamente y se acomoda en el banco de la plaza. Siente el sol que energetiza su cansado cuerpo, el aire se filtra y lo oxigena, las plantas le demuestran el sosiego y los movimientos perfectos de la naturaleza.
La gama de colores lo colman; nada desentona, todo está equilibrado maravillosamente; hasta que los niños con sus explosiones vitales lo rodean y juegan naturalmente. Y quien, mejor que el anciano, puede comprenderlos y hasta jugar tácitamente con ellos. Su vida no está perdida, la descendencia le demuestra que el ciclo natural también está presente en el hombre.

No hay quizás más niño, ni más cerca del niño, que el viejo, quien, incluso, todavía puede descubrir en estas pequeñas travesuras pero de grandes mensajes, su capacidad para gozar y divertirse hasta el último momento.
Nota:
Ensayo en el cual se investiga al ser humano desde su concepción integral. La doctora Patricia A. Suárez es Psicóloga y Profesora Universitaria en Ciencias de la Educación. (Patricia A. Suárez, “Hacer que lo extraordinario ocurra” (Psicobioenergía como expresión del ser, Espacio Editorial)

Ilustración: LIBÉRESE (Break Free)
por ~mathiole
(Matheus Lopes Castro)

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