Crear es una bella palabra. Es hacer que algo valioso que no existía, exista. Cuando los humanos aparecieron en el universo lo que apareció es una especie inquieta, empeñada en inventar cosas y en descubrir lo que había más allá de todos los horizontes. Andamos, corremos, volamos, buceamos, nos deslizamos en el escarolado cuenco de la ola. Agrandamos el espacio que por naturaleza nos correspondía, atravesándolo con ayuda de ruedas, zancos, esquís, globos, tablas de surf. No es que el hombre sea anfibio, es multibio.
Ha dejado atrás los aburridos cacareos, zureos, berridos, ronquidos y demás estridencias y cadencias animales, del ronquido al gorgorito, y ha inventado diecinueve mil lenguas y la ópera. Por naturaleza, somos miopes, en comparación con el águila. Por inteligencia hemos llegado a ver lo invisible. No podemos parar.
Esta necesidad de inventar cosas valiosas se da a nivel individual y a nivel colectivo. Para ser felices, tanto las personas como las sociedades necesitan coordinar dos grandes necesidades: el bienestar y la creación. Por haberlo olvidado, con frecuencia nos intoxicamos de comodidad, pensando que es nuestra máxima aspiración, y acaba consumiéndonos el aburrimiento y la rutina. Por ello, durante años he intentado inculcar a mis alumnos una “poética de la vida cotidiana”. Si les recomendaba leer poesía no era para que experimentaran un placer literario, sino para que aprendieran a ver las cosas de siempre de otra manera. En eso consiste la gran magia poética. Siempre les leía un texto de Neruda, Oda a la alcachofa, un bello poema que comienza: “La alcachofa/ ese tierno vegetal de dulce corazón/ se vistió de guerrero”.
Quería mostrarles que para sentir la emoción poética no hay que estar frente al mar, a la luz de la luna y enamorado, sino saber mirar lo que se tiene alrededor, por ejemplo, al entrar en la cocina y ver la alcachofa, con su cota de malla, el tomate –sol del verano–, o una cebolla –sorprendente redoma de cristal cubierta de rocío–. Los países también necesitan inventar, innovar, poetizar sus formas de vida, escapar de la mediocridad y la rutina. La sociedad española siempre ha temido la novedad. En el primer diccionario castellano, el de Sebastián de Covarrubias, del siglo XVII, se dice de la novedad: “Suele ser peligrosa por traer mudanza de uso antiguo”. La tradición nos mata porque se convierte en ancla que nos amarra al pasado, en vez de ser trampolín que nos proyecta al futuro. Una sociedad moderna, para sobrevivir en un mundo globalizado, competitivo y veloz, tiene que fomentar la innovación y perder el recelo ante lo nuevo. Necesitamos un ambiente propicio.
Con la ayuda de los lectores, me gustaría que esta sección fuera lugar de encuentro de aquellos que desean tomar la iniciativa, emprender cosas, aplaudir lo brillante, abandonar la rutina, y estén dispuestos a seguir el consejo de Goethe: “Desacostumbrarse de lo vulgar, y en lo noble, bello y bueno, vivir resueltamente”. Les espero
Sábado, 06 de octubre del 2007 (La Vanguardia)
Ha dejado atrás los aburridos cacareos, zureos, berridos, ronquidos y demás estridencias y cadencias animales, del ronquido al gorgorito, y ha inventado diecinueve mil lenguas y la ópera. Por naturaleza, somos miopes, en comparación con el águila. Por inteligencia hemos llegado a ver lo invisible. No podemos parar.
Esta necesidad de inventar cosas valiosas se da a nivel individual y a nivel colectivo. Para ser felices, tanto las personas como las sociedades necesitan coordinar dos grandes necesidades: el bienestar y la creación. Por haberlo olvidado, con frecuencia nos intoxicamos de comodidad, pensando que es nuestra máxima aspiración, y acaba consumiéndonos el aburrimiento y la rutina. Por ello, durante años he intentado inculcar a mis alumnos una “poética de la vida cotidiana”. Si les recomendaba leer poesía no era para que experimentaran un placer literario, sino para que aprendieran a ver las cosas de siempre de otra manera. En eso consiste la gran magia poética. Siempre les leía un texto de Neruda, Oda a la alcachofa, un bello poema que comienza: “La alcachofa/ ese tierno vegetal de dulce corazón/ se vistió de guerrero”.
Quería mostrarles que para sentir la emoción poética no hay que estar frente al mar, a la luz de la luna y enamorado, sino saber mirar lo que se tiene alrededor, por ejemplo, al entrar en la cocina y ver la alcachofa, con su cota de malla, el tomate –sol del verano–, o una cebolla –sorprendente redoma de cristal cubierta de rocío–. Los países también necesitan inventar, innovar, poetizar sus formas de vida, escapar de la mediocridad y la rutina. La sociedad española siempre ha temido la novedad. En el primer diccionario castellano, el de Sebastián de Covarrubias, del siglo XVII, se dice de la novedad: “Suele ser peligrosa por traer mudanza de uso antiguo”. La tradición nos mata porque se convierte en ancla que nos amarra al pasado, en vez de ser trampolín que nos proyecta al futuro. Una sociedad moderna, para sobrevivir en un mundo globalizado, competitivo y veloz, tiene que fomentar la innovación y perder el recelo ante lo nuevo. Necesitamos un ambiente propicio.
Con la ayuda de los lectores, me gustaría que esta sección fuera lugar de encuentro de aquellos que desean tomar la iniciativa, emprender cosas, aplaudir lo brillante, abandonar la rutina, y estén dispuestos a seguir el consejo de Goethe: “Desacostumbrarse de lo vulgar, y en lo noble, bello y bueno, vivir resueltamente”. Les espero
Sábado, 06 de octubre del 2007 (La Vanguardia)
WEB OFICIAL de José Antonio Marina
Ilustración:Mate Stephens
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