Entrevista exclusiva con Michèle Petit. Impronta / boletín de novedades editoriales / septiembre-diciembre 2007 / Bogotá, Colombia
¿Cuál es la importancia de la biblioteca pública en una comunidad?
Con frecuencia representamos la biblioteca como un lugar donde se encuentra documentación para acompañar el recorrido escolar o universitario. Y sin embargo, al escuchar a usuarios de bibliotecas, de diferentes medios sociales, siempre me ha asombrado el hecho de que son también lugares de construcción de sentido, en donde cada uno, de manera inesperada, se apropia de textos, de palabras, a veces de imágenes, para poner en forma su experiencia humana.
Es un espacio muy diferente de la escuela, percibido por aquellos que la utilizan, desde su edad más temprana, como una tierra de lo posible, un espacio de libertad.
La biblioteca puede ser el espacio privilegiado de una relación con el libro que no se fundamenta en las perspectivas utilitaristas de la instrucción, que permita en particular esos tiempos de fantasía de los cuales no debemos rendir cuenta a nadie, en los cuales se forja el sujeto y que, tanto como los aprendizajes, ayudan a crecer y, sencillamente, a vivir. Es el lugar por excelencia de estos usos discretos, de estas apropiaciones singulares, en que el lector “se construye”. Somos seres de simbolización, de lenguaje, de relatos, no lo olvidemos. Las bibliotecas no son solamente templos de la información; son también conservatorios de sentido. Y son garantes de nuestra libertad. Lejos de ser espacios marginales, son lugares esenciales, un bien común, como el aire, el sol o el mar.
Los bibliotecarios agrandan nuestros espacios de referencia y nos permiten sentir que formamos parte de algo más amplio que nosotros mismos. “Con los libros, veo algo más que a mí misma cuando miro mi vida”, me dijo una mujer, en el campo, en Francia. Es lo mismo que me dijeron adolescentes y jóvenes en Brasil, en las favelas o en el campo, quienes gracias a unos mediadores de gran calidad pudieron apropiarse de libros: “Lo más importante, quizás, es que me sentí formando parte de algo más extenso, que iba más allá de mí”.
También estoy pensando en otro joven, en Francia, que me había dicho: “Antes que nada, la biblioteca es un lugar humano, es absolutamente necesario que así lo sea. Aun si aterrizamos al multimedia y a la informática omnipresente. Si no existe la mediación humana, ¿de qué sirve?” Y quisiera insistir en que los bibliotecarios influyen en el destino de los niños o jóvenes a los que acogen, en particular por intercambios personalizados: la biblioteca puede ser el espacio privilegiado de un encuentro singular, de un intercambio individual con un adulto, mientras que el aula favorece siempre la sociabilidad, la integración en el grupo. Ahora bien, estos intercambios individuales son tan estructurantes y son poco frecuentes, en nuestra época, fuera de la familia y de eventuales espacios terapéuticos. Digo “fuera de la familia” como si fuera evidente que los padres pudieran prodigar tal atención, tal disponibilidad a cada niño. Pero cuando la lucha por la supervivencia, o el trabajo, acaparan el tiempo diario, cuando la madre o el padre está deprimido o preocupado, no está en condiciones de conceder tales momentos a los niños. Todo ser humano tiene la impresión que no se le escuchó bastante, pero en algunas familias, la falta real de escucha es tal que puede ser perjudicial para el desarrollo psíquico del niño y afectar sus capacidades para integrar y apropiarse de los conocimientos.
¿Cuál es la importancia de la biblioteca pública en una comunidad?
Con frecuencia representamos la biblioteca como un lugar donde se encuentra documentación para acompañar el recorrido escolar o universitario. Y sin embargo, al escuchar a usuarios de bibliotecas, de diferentes medios sociales, siempre me ha asombrado el hecho de que son también lugares de construcción de sentido, en donde cada uno, de manera inesperada, se apropia de textos, de palabras, a veces de imágenes, para poner en forma su experiencia humana.
Es un espacio muy diferente de la escuela, percibido por aquellos que la utilizan, desde su edad más temprana, como una tierra de lo posible, un espacio de libertad.
La biblioteca puede ser el espacio privilegiado de una relación con el libro que no se fundamenta en las perspectivas utilitaristas de la instrucción, que permita en particular esos tiempos de fantasía de los cuales no debemos rendir cuenta a nadie, en los cuales se forja el sujeto y que, tanto como los aprendizajes, ayudan a crecer y, sencillamente, a vivir. Es el lugar por excelencia de estos usos discretos, de estas apropiaciones singulares, en que el lector “se construye”. Somos seres de simbolización, de lenguaje, de relatos, no lo olvidemos. Las bibliotecas no son solamente templos de la información; son también conservatorios de sentido. Y son garantes de nuestra libertad. Lejos de ser espacios marginales, son lugares esenciales, un bien común, como el aire, el sol o el mar.
Los bibliotecarios agrandan nuestros espacios de referencia y nos permiten sentir que formamos parte de algo más amplio que nosotros mismos. “Con los libros, veo algo más que a mí misma cuando miro mi vida”, me dijo una mujer, en el campo, en Francia. Es lo mismo que me dijeron adolescentes y jóvenes en Brasil, en las favelas o en el campo, quienes gracias a unos mediadores de gran calidad pudieron apropiarse de libros: “Lo más importante, quizás, es que me sentí formando parte de algo más extenso, que iba más allá de mí”.
También estoy pensando en otro joven, en Francia, que me había dicho: “Antes que nada, la biblioteca es un lugar humano, es absolutamente necesario que así lo sea. Aun si aterrizamos al multimedia y a la informática omnipresente. Si no existe la mediación humana, ¿de qué sirve?” Y quisiera insistir en que los bibliotecarios influyen en el destino de los niños o jóvenes a los que acogen, en particular por intercambios personalizados: la biblioteca puede ser el espacio privilegiado de un encuentro singular, de un intercambio individual con un adulto, mientras que el aula favorece siempre la sociabilidad, la integración en el grupo. Ahora bien, estos intercambios individuales son tan estructurantes y son poco frecuentes, en nuestra época, fuera de la familia y de eventuales espacios terapéuticos. Digo “fuera de la familia” como si fuera evidente que los padres pudieran prodigar tal atención, tal disponibilidad a cada niño. Pero cuando la lucha por la supervivencia, o el trabajo, acaparan el tiempo diario, cuando la madre o el padre está deprimido o preocupado, no está en condiciones de conceder tales momentos a los niños. Todo ser humano tiene la impresión que no se le escuchó bastante, pero en algunas familias, la falta real de escucha es tal que puede ser perjudicial para el desarrollo psíquico del niño y afectar sus capacidades para integrar y apropiarse de los conocimientos.
Michèle Petit, antropóloga francesa, ha realizado estudios en sociología, lenguas orientales y psicoanálisis. Desde 1992 Petit se ha interesado por la lectura y la relación que se teje entre el libro y el lector. Sus investigaciones han girado en torno a la experiencia de los lectores, a partir de sus condicionamientos sociales. De igual forma, su análisis sobre los espacios promotores de la lectura, como es el caso de las bibliotecas públicas, ha sido fundamental en sus investigaciones. Petit es, sin lugar a dudas, una de las estudiosas más reconocida en el mundo occidental del tema de la lectura y el rol que ésta desempeña en la sociedad. En Octubre de 2007 Petit visitó Colombia, Impronta aprovechó la oportunidad para conversar con ella sobre la lectura, los canales de promoción del libro y el papel que debe cumplir la escuela como forjadora de lectores.
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