“De chico me gustaba leer historietas, pero no me interesaban los libros, me parecían aburridos, gordos, sin ilustraciones. El colegio tampoco contribuía para que yo sospechara placer en la lectura.
Un día, cuando tenía 12 años, se enfermó el profesor de historia y por un par de semanas su hora quedaba libre, sin reemplazo. Nuestro celador decidió, para que no saliéramos a hacer ruido en el patio mientras los otros cursos tenían clase, comenzar a leernos los Cuentos de la selva de Horacio Quiroga. Así, fuera de programa, por gusto, para ocupar la hora.
Recuerdo la emoción de escuchar esas historias con una intensidad que no conocía como lector de historietas. Entonces nada volvió a ser igual.
Me había encontrado con el libro y Quiroga había hecho de ese un buen encuentro”
Un día, cuando tenía 12 años, se enfermó el profesor de historia y por un par de semanas su hora quedaba libre, sin reemplazo. Nuestro celador decidió, para que no saliéramos a hacer ruido en el patio mientras los otros cursos tenían clase, comenzar a leernos los Cuentos de la selva de Horacio Quiroga. Así, fuera de programa, por gusto, para ocupar la hora.
Recuerdo la emoción de escuchar esas historias con una intensidad que no conocía como lector de historietas. Entonces nada volvió a ser igual.
Me había encontrado con el libro y Quiroga había hecho de ese un buen encuentro”
Visto en: Plan Nacional de Lectura - Lectura en voz alta
Ilustración: Oliver Tallec
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