Impronta / boletín de novedades editoriales / septiembre-diciembre 2007 / Bogotá, Colombia.
¿Cómo se construye un lector?
La pregunta podría entenderse de diferentes maneras. Podría entenderse como una pedida de recetas: cómo hacer para construir un lector.
En América latina se usa mucho esa expresión:
“construir lectores”, y me suena curiosa, algo así como si se tratara de encontrar una fórmula de alquimista para modelar una criatura ideal. El objeto de mis investigaciones no es tanto cómo “construir un lector”, sino cómo la lectura ayuda a las personas a construirse, a descubrirse, a hacerse un poco más autoras de su vida, sujetos de su destino, aun cuando se encuentren en contextos sociales desfavorables.
Ahora bien, si se trata de evocar la manera en que uno se vuelve lector, diferentes encuestas lo probaron, la lectura es un arte que se transmite más de lo que se enseña. Y en muchos países es en gran medida en la familia donde se construye la relación con lo escrito: se ha observado desde hace tiempo que los niños y las niñas que han tenido acceso en sus familias, desde los primeros años, a la lengua de la narración se encontraban más a gusto cuando se enfrentaban al aprendizaje de la lengua escrita, que aquellos y aquellas que han crecido en familias donde el uso de la lengua era limitado, utilitario. Se sabe también que el gusto por la lectura se debe en buena parte al hecho de ver a los padres leer, a las conversaciones sobre el tema, a las lecturas orales dirigidas a los niños en donde las inflexiones de la voz se mezclan con gestos de ternura: dicho de otra manera, a la capacidad de establecer con los libros una relación afectiva, emotiva y no solamente cognitiva.
Pero cuando no es una historia de familia, la lectura puede ser una historia de encuentros: a los que no pudieron encontrar libros en su casa, ver a sus padres dedicados a la lectura o escucharlos contar historias, un encuentro con alguien que ama a los libros puede dar la idea de que una relación con los libros es posible.
Ese iniciador ofrece la oportunidad de tenerlos entre sus manos, de asirlos físicamente.
Deconstruye lo que aparecía como un monumento lejano, pomposo, vuelve posible un diálogo con un texto singular, con su autor.
Reconstituye un marco y una atmósfera susceptibles de volver la apropiación de la cultura escrita deseable, aún en contextos difíciles.
En este caso también es el interés profundo por los libros que el niño, el adolescente –de igual forma el adulto– entiende. Y si ninguna receta garantiza que un niño leerá, una real apetencia por los libros que emane de un bibliotecario, un maestro, un pariente o un amigo es una de las mejores garantías para dar gusto por la lectura.
Una real apetencia es totalmente diferente de los discursos a la gloria de la lectura: desconfiemos de todos ellos, porque uno puede sentirse aún más excluido si, como lo mencioné anteriormente, escucha decir que “leer es un placer” y si nunca lo ha probado…
¿Cómo se construye un lector?
La pregunta podría entenderse de diferentes maneras. Podría entenderse como una pedida de recetas: cómo hacer para construir un lector.
En América latina se usa mucho esa expresión:
“construir lectores”, y me suena curiosa, algo así como si se tratara de encontrar una fórmula de alquimista para modelar una criatura ideal. El objeto de mis investigaciones no es tanto cómo “construir un lector”, sino cómo la lectura ayuda a las personas a construirse, a descubrirse, a hacerse un poco más autoras de su vida, sujetos de su destino, aun cuando se encuentren en contextos sociales desfavorables.
Ahora bien, si se trata de evocar la manera en que uno se vuelve lector, diferentes encuestas lo probaron, la lectura es un arte que se transmite más de lo que se enseña. Y en muchos países es en gran medida en la familia donde se construye la relación con lo escrito: se ha observado desde hace tiempo que los niños y las niñas que han tenido acceso en sus familias, desde los primeros años, a la lengua de la narración se encontraban más a gusto cuando se enfrentaban al aprendizaje de la lengua escrita, que aquellos y aquellas que han crecido en familias donde el uso de la lengua era limitado, utilitario. Se sabe también que el gusto por la lectura se debe en buena parte al hecho de ver a los padres leer, a las conversaciones sobre el tema, a las lecturas orales dirigidas a los niños en donde las inflexiones de la voz se mezclan con gestos de ternura: dicho de otra manera, a la capacidad de establecer con los libros una relación afectiva, emotiva y no solamente cognitiva.
Pero cuando no es una historia de familia, la lectura puede ser una historia de encuentros: a los que no pudieron encontrar libros en su casa, ver a sus padres dedicados a la lectura o escucharlos contar historias, un encuentro con alguien que ama a los libros puede dar la idea de que una relación con los libros es posible.
Ese iniciador ofrece la oportunidad de tenerlos entre sus manos, de asirlos físicamente.
Deconstruye lo que aparecía como un monumento lejano, pomposo, vuelve posible un diálogo con un texto singular, con su autor.
Reconstituye un marco y una atmósfera susceptibles de volver la apropiación de la cultura escrita deseable, aún en contextos difíciles.
En este caso también es el interés profundo por los libros que el niño, el adolescente –de igual forma el adulto– entiende. Y si ninguna receta garantiza que un niño leerá, una real apetencia por los libros que emane de un bibliotecario, un maestro, un pariente o un amigo es una de las mejores garantías para dar gusto por la lectura.
Una real apetencia es totalmente diferente de los discursos a la gloria de la lectura: desconfiemos de todos ellos, porque uno puede sentirse aún más excluido si, como lo mencioné anteriormente, escucha decir que “leer es un placer” y si nunca lo ha probado…
Michèle Petit, antropóloga francesa, ha realizado estudios en sociología, lenguas orientales y psicoanálisis. Desde 1992 Petit se ha interesado por la lectura y la relación que se teje entre el libro y el lector. Sus investigaciones han girado en torno a la experiencia de los lectores, a partir de sus condicionamientos sociales. De igual forma, su análisis sobre los espacios promotores de la lectura, como es el caso de las bibliotecas públicas, ha sido fundamental en sus investigaciones. Petit es, sin lugar a dudas, una de las estudiosas más reconocida en el mundo occidental del tema de la lectura y el rol que ésta desempeña en la sociedad. En Octubre de 2007 Petit visitó Colombia, Impronta aprovechó la oportunidad para conversar con ella sobre la lectura, los canales de promoción del libro y el papel que debe cumplir la escuela como forjadora de lectores.
Ilustración: Marie Desbons
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